Wirecard: Las banderas rojas de Neil Campling
La trama de Wirecard se parece cada vez más a una película de la mafia. El CEO bajo arresto, otro ejecutivo a la fuga, el cadáver de su socio hallado en Filipinas. Pero antes de la debacle, la empresa de pagos alemana era una de las grandes promesas Fintech. Excepto para Neil Campling, para él Wirecard valía cero, nada. Aquí detallas las señales que deben poner en alerta a los inversionistas.
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Era octubre 2018 y Wirecard era la nueva estrella del DAX, reemplazando en el índice al tradicional Commerzbank. La historia era perfecta: llegó la era de las Fintech. Analistas de los principales bancos de inversión se sumaron al entusiasmo con sendas recomendaciones de compra (22 de 30) y un precio objetivo de 200 euros. En comparación, la acción de Deutsche Bank valía menos de 9 euros. Todos aplaudían a la firma de pagos digitales. Excepto Neil Campling. Para él la empresa valía cero euros.
“A veces tienes que atreverte a ser diferente para que te escuchen”, dice hoy Campling, con la tranquilidad de saber que tenía razón.
Hoy Co-Head Global Thematic Group en la suiza Mirabaud Securities, Campling ya ha visto antes empresas que prometen más de lo que pueden cumplir. Su experiencia en el sector tecnológico comenzó en medio del boom de las puntocom, en San Francisco, en 1994, como administrador de fondos de Aberdeen Asset Management. Más de 25 años después el panorama es similar: un mercado lleno de liquidez, ansioso por conseguir buenos retornos, empresas que afirman ser la nueva promesa, y valoraciones que suben como espuma.
“A veces en el mercado se instalan ciertas ideas. Escuchas sobre la nube, sobre inteligencia artificial, y Fintech era una de esas ideas. Creo que Wirecard se aprovechó del interés y el entusiasmo alrededor de las Fintech para crear una narrativa de que eran un líder del sector, cuando en la realidad no era nada parecido”.
Wirecard colapsó el 25 de junio 2020, ocho meses después de que el Financial Times reportara las primeras denuncias de que la Fintech alemana estaba inflando sus balances. Eso no evitó que la empresa acumulara US$4 mil millones de deuda, con una cuenta en Filipinas como garantía. Hoy el regulador alemán, y los auditores de EY están en entredicho por no haber descubierto lo que Campling ya sabía.
Desde su oficina en Londres, Campling cree que Wirecard ofrece varias lecciones para los inversionistas, de cualquier tamaño.
“Wirecard era una gran cebolla”
KISS. “Keep it simple, stupid”. Es el principio de las tecnológicas que surgen en San Francisco, dice Campling, y está de acuerdo. Uno de los grandes desafíos para los inversionistas, sobre todo con las empresas digitales y la nueva economía, es la complejidad de entender sobre la tecnología y otros temas especializado. “Analizar estas empresas, con sus distintas áreas de negocio, a veces es como pelar una cebolla… y Wirecard era una gran cebolla, con muchas, muchas capas”, dice. Se refiere a las 27 subsidiarias que creó Wirecard y que a él y a su equipo les tomaron meses investigar. El trabajo fue tan arduo, que él cree que sus colegas analistas simplemente no encontraron rentable dedicar tanto tiempo a revisar los números y optaron por creer en los resúmenes que entregaba la empresa.
Un lenguaje complicado fue otra señal de alerta para Campling. “En las conferencias con inversionistas, eras inundado con acrónimos, montañas de datos sofisticados. Si no eres un experto en tecnología, cómo podías refutar los avances que decían tener. La empresa se aprovechó de eso”.
Aunque Campling prefiere no señalar a sus colegas analistas, sí deja entrever que darse cuenta de la estrategia de Wirecard no era imposible. Una de las alertas se generó tras revisar los comunicados de prensa, que emitían con frecuencia, anunciando nuevos negocios. “Publicitaban alianzas con Fitbit, S&P, Ikea, grandes nombres. Pero revisabas y en realidad eran memorándums de entendimiento para estudiar un eventual negocio, pero nada real”, recuerda.
Mucho del éxito de Wirecard giraba en torno a una elaborada narrativa de “Fintech líder en tecnología”. “Markus Braum (su CEO) usaba el buzo de cuello alto negro simulando a Steve Jobs, y se subía al escenario a hablar de “ecosistema” y “cashless society”, ideas que en algunos mercados ya son realidad; y confrontado con preguntas, siempre se excusaba porque tenía que tomar un avión o ir a cerrar un nuevo negocio”.
Nada queda
Pero la verdad es que hoy, asegura Campling, es poco lo que puede salvarse del supuesto negocio de Wirecard. Ni siquiera hay patentes por adquirir.
No es que los inversionistas sean más ingenuos, sino que están desesperados por obtener retornos. Desde la crisis de 2009 y ahora aún más con la pandemia, el mercado financiero está inundado de liquidez, gracias a los bancos centrales. Pero con una economía en recesión y los rendimientos de los bonos en mínimos (también gracias a los bancos centrales), los inversionistas tienden a buscar retornos en instrumentos y activos cada vez más sofisticados y, por ende, más complejos de entender.
Un escenario ideal para una empresa como Wirecard, que reportaba tasas de crecimiento de dos dígitos año tras año, márgenes por encima de la competencia, y un CEO con aires de estrella de rock.
Campling reconoce que, con tanta información, con tanta dificultad de obtener retornos, y nuevas opciones los inversionistas enfrentan un escenario desafiante. La regulación deberá adaptarse reconoce. Pero no prevé cambios todavía. “La regulación usualmente es reactiva. Quizás habrá cambios en Alemania o Europa, pero no a nivel general. Pero, probablemente, se requerirá de un escándalo más grande, o una empresa más grande, para un cambio masivo en regulación”.
Testigo del boom de las puntocom, Campling no cree que estemos frente a otra burbuja. “El sector tecnológico es el único que está creciendo actualmente, y la pandemia ha acelerado ciertas tendencias”.